«Para mí era difícil preguntarle a mis papás por qué yo no tenía brazos. Nadie me explicó que era una persona discapacitada…. Aprendí que cuando uno se propone hacer las cosas, aunque falte la herramienta esencial, siempre hay una segunda opción, un segundo camino… Gracias a esa segunda opción yo soy conferencista, abogada… Cuando uno sueña, puede conseguir cualquier cosa que quiera… »
Estas palabras, aderezada con la cita de Friedrich Nietzsche: «Todo aquel que tiene una razón para vivir puede soportar cualquier forma de hacerlo», o la de Albert Einstein: «Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad», me impelen a elevarme por encima de mis ridículas protestas, de las quejas absurdas o de las penurias imaginarias que cada día fabrico para evadirme de mis responsabilidades.
Adriana, desde su nacimiento, ha tenido que enfrentarse a limitaciones impensables para los que lo hemos tenido casi todo.
Adriana no ha podido cerrar sus brazos sobre el cuerpo amado de su padre, ni sentir el contorno redondeado de su madre al abrazarla, correr en bicicleta, nadar en el mar, acunar sus muñecas o jugar al parchís. Tampoco ha podido bailar enredada en el calor de otro cuerpo. Adriana no estrechará contra su pecho a unos hijos queridos, ni elevará sus manos para acariciar el infinito. No pasará las yemas de sus dedos por encima del verde maravilloso de un prado, ni tocará el rostro de un amado, ni juntará sus palmas para implorar ayuda. Sin embargo, mi querida Adriana ha desarrollado un alma curtida, entregada, resuelta, capaz y competente, y todo esto acompañado de sonrisas, ganas de vivir y dos libros.
Os propongo leer el libro Abrazar el éxito, además de entregar las quejas de mañana a una causa noble: «Hacer de este mundo el mejor lugar para vivirlo».
Película recomendada: Mi pie izquierdo
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