Estimado Manuel Pinho:
De poco o nada le han servido todos los títulos universitarios que ha acumulado en sus 55 años cuando ha recibido las duras críticas de su oponente, el diputado Bernardino Soares, portavoz del grupo parlamentario comunista. A dos meses de las elecciones legislativas portuguesas, se ha olvidado de su primer ministro, el señor Sócrates, y de la confianza que tenía depositada en usted como titular de la cartera de Economía. Inmerso en sus sensaciones y sumido en un desbordamiento emocional, no encontró otra forma para defenderse que la de elevar sus dos índices a su frente y simular unos cuernos que, con no muy buenas intenciones, señalaban hacia su oponente. En el video colgado en YouTube muestra usted la gran impotencia que le inunda, y nos aproxima a la incógnita sobre qué buscaba con este ademán inconsciente y, sobre todo, descontrolado.
Hoy muchos de los titulares recogen este descalabro suyo, y muy pocos se cuestionan si los políticos, que viven la presión de las expectativas sociales, están preparados para resolver momentos de gran tensión interpretativa. Porque no es más que eso el mundo político actual, un film un tanto anodino, donde cada uno de los representantes del pueblo son actores que utilizan la información en su beneficio, sin tener en cuenta las herramientas o competencias que tiene su interlocutor. Los «animales políticos» prescinden del bien general para buscar su razón personal. Soares «actuó» mejor y consiguió intimidarle y exasperarle, provocando en usted gritos y gestos poco oportunos y nada eficientes.
Su familia, al igual que la de muchos de nosotros, buscó para usted los mejores colegios y centros universitarios; no obstante, no le prepararon para lidiar en la plaza de los sentimientos y del libre pensamiento. Les faltó facilitarle competencias emocionales que le permitieran distinguir entre un debate del Estado de la Nación y una reyerta de amigos en el pueblo. Porque, si bien ciertos modales nos congracian con los amigos, en el mundo del debate y la oratoria política es imprescindible una dialéctica enriquecida y flexible para lograr callar al oponente, máxime cuando este nos arremete con un posible caso de corrupción.
Sus amigos seguramente le perdonarían la colocación de chifres, y si hubiera sido en España, dice Manuel Rivas en El País, los ciudadanos habríamos caído rendidos ante la juvenil espontaneidad del gesto; sin embargo, pienso que hubiera sido más válido para usted y para muchos portugueses que hubiese empleado un buen discurso emocional acompañado por una coherente y discreta comunicación no verbal.
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