Si guardas en tu puesto la cabeza tranquila,
cuando todo a tu lado es cabeza perdida.
Si tienes en ti mismo una fe que te niegan
y no desprecias nunca las dudas que ellos tengan.
Si esperas en tu puesto, sin fatiga en la espera;
si engañado, no engañas, si no buscas más odio
que el odio que te tengan…
Si eres bueno y no finges ser mejor de lo que eres,
si al hablar no exageras lo que sabes y quieres.

Si sueñas y los sueños no te hacen su esclavo,
si piensas y rechazas lo que piensas en vano.
Si tropiezas al Triunfo, si llega tu Derrota
y a los Dos impostores les tratas de igual forma.
Si logras que se sepa la verdad que has hablado,
a pesar del sofisma del Orbe encanallado.
Si vuelves al comienzo de la obra perdida,

aunque esta obra sea la de toda tu vida.

Si arriesgas en un golpe y lleno de alegría
tus ganancias de siempre a la suerte de un día
y pierdes y te lanzas de nuevo a la pelea,
sin decir nada a nadie de lo que es y lo que era.
Si logras que tus nervios y el corazón te asistan,
aún después de su fuga de tu cuerpo en fatiga
y se agarren contigo cuando no quede nada
porque tú lo deseas y lo quieres y mandas.

Si hablas con el pueblo y guardas tu virtud,
si marchas junto a Reyes con tu paso y tu luz.
Si nadie que te hiera llega a hacerte la herida,
si todos te reclaman y ni uno te precisa.
Si llenas el minuto inolvidable y cierto,
de sesenta segundos que te lleven al cielo…
Todo lo de esta tierra será de tu dominio
y mucho más aún: serás Hombre, ¡hijo mío!

 
 
(Versión de Jacinto Miquelarena)
 
Entre las últimas voluntades del padre de un amigo estaba la poesía de Ruddyard Kipling. Mi amigo no comprendía mucho el porqué de este verso. La vida que había pasado al lado de su progenitor no había sido muy positiva. Los mensajes que había recibido no tenían nada que ver con este poema de 1895 y editado en 1910. Me pareció que el poema, copiado a mano por su padre, se movía entre sus manos un poco temblorosas. Buscaba una explicación que, a fecha de hoy, creo que no ha encontrado. La dureza sentida junto a él adormecía su capacidad para reinterpretar aquel testamento espiritual. Necesitaba profundizar sobre el significado de aquellos versos aislándose del mensajero.
 
Yo leí el poema y sentí una envidia increíble. Mi padre me había dejado el silencio. Al mirarle, tendido, callado y mudo en su caja de pino, mi imaginación componía su mensaje de luces y sombras. El dolor de haberle perdido no era consolado por palabras teñidas de amor entre las líneas de un verso. Mi padre no me orientaba para mi futuro ni a corto ni a largo plazo. No me decía quién quería que fuera después de ese día. El alivio de mi alma era su recuerdo. Sus grandes y pequeñas verdades escondidas en las horas pasadas.
 
Observo a mi amigo y deseo tocarle, agitarle. Arrastrarle a la pasión de mi añoranza. La parca camina escondida entre los rincones de los hogares donde viven los enfermos moribundos. Permanece callada y paciente. Impertérrita día tras día. No es la misma que la de las carreteras, que nos arrebata las vidas sin aviso.
 
Por ello comparto con mi amigo el mensaje de su padre, y lo hago mío. Lo hago de todos. Hoy todos los padres leeremos a nuestros hijos estas estrofas llenas de intención. Ahora podemos educarles. En este instante lograremos hacerles crecer con las raíces llenas de savia y con la fuerza de nuestra convicción.
 
Ruddyard Kipling nos cuestiona. ¿Qué persona somos? ¿Dónde hemos flaqueado? ¿En el orgullo? ¿En la queja ante la derrota? ¿En la declinación de la lucha?
 
Revisemos este mensaje y pongamos el foco en nuestra fortaleza para hacerla crecer y que nos apoye en los días en los que parece que todo nos derrota. Profundicemos sobre nuestras flaquezas para elevarnos por encima de ellas y lleguemos a ser todo lo que queremos ser. Que la meta de hoy esté llena de posibilidades y se cumpla. Eduquemos a nuestros pequeños y jóvenes mediante el ejemplo.
 
Gracias infinitas por este mensaje, querido amigo.
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