pereza

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Segundo post más visitado en 2009. La pereza (150)

El segundo post más visitado por todos vosotros fue el nº 84 La pereza, del día 8 de septiembre con 379 visualizaciones y 39 comentarios.

Decíamos en este post que detrás de la pereza se esconde algún sentimiento de impotencia e incapacidad. Para estos primeros días de revisión y planes de acción deberíamos estimar todos nuestros logros y afianzarnos en un Yo Puedo que nos acompañe día a día. Un valioso pensamiento que acreciente nuestra voluntad y confianza para llevar a cabo todos nuestros proyectos en este nuevo año.
Esta conversación está siendo muy clarificadora. Gracias a los participantes por vuestra colaboración.
¡Feliz día segundo del año!
La pereza (84)
Publicado por: Joaquina Fernández
martes, 08 de septiembre de 2009 8:51
Cuando a Don Miguel de Unamuno le preguntaron a qué religión pertenecía, contestó: «Porque yo, Miguel de Unamuno, como cualquier otro hombre que aspire a conciencia plena, soy una especie única. «No hay enfermedades, sino enfermos», suelen decir algunos médicos, y yo digo que no hay opiniones, sino opinantes»
Pienso que para hablar de este “pecado capital”, hay que situarse en el lugar de opinante, cuidando mucho la aproximación a un tema tan sensible. Máxime cuando se cree, como es mi caso, que todos estamos afectados, de alguna manera, por este “mal”. Decía el propio Unamuno: «La pereza, se dice, es la madre de todos los vicios, y la pereza, en efecto engendra los dos vicios; la envidia y la avaricia, que son a su vez, fuente de todos los demás vicios».
Estando bastante de acuerdo con Don Miguel, pienso sin embargo que es importante definir cuándo la pereza es pereza y cuándo es el resultado de una dificultad personal no resuelta y originaria de la infancia o de otras vivencias limitantes. Estimo que hay casos y casos de pereza, y es conveniente hablar de ellos e intentar diferenciarlos.
Fernando Savater en su libro Los siete pecados capitales, en la parte dedicada a la pereza, dice que «en ningún caso debe confundirse la pereza con ocio. El ocio, ese tiempo que no se dedica a lo laboral, puede ser rico en otras experiencias. La pereza en cambio es inactividad y falta de motivación».
Este autor nos abre la puerta a otra perspectiva sobre este asunto. ¿Es la pereza un vicio que sólo debemos contemplar en relación a trabajar? Considero que la pereza va mucho más allá de si estamos trabajando con devengo económico o no. Durante el estudio, en las labores cotidianas, al madrugar, caminar, o en cualquier otra función, aparece la desmotivación o el descuido. Se produce al disfrutar de uno mismo, de la higiene, de la vida, en cualquier momento la flojera es una garra fría que corta las alas al perezoso y le arrincona en el desánimo.
El ocioso busca entretenimiento alejado de sus obligaciones, o distrae su atención de lo importante con evasiones en el tiempo de labor. Otra cosa diferente es lo que llamamos ocio. En él están contenidas todas las acciones, que siendo activas no son lucrativas. Podemos decir que un ocioso es aquel que deja de hacer lo que debe, en el tiempo que se lo propone, mientras que el ocio son actividades que uno decide libre de cualquier imposición ajena al propio deseo.
La R.A.E. dice de la pereza que es: «Negligencia, tedio o descuido en las cosas a que estamos obligados; y flojedad, descuido o tardanza en las acciones o movimientos». Uniendo estos comentarios y acepciones me confirmo en la creencia de que todos contenemos alguna partícula de pereza; bien sea hacia el movimiento en sí mismo (cuando estamos haciendo algo), o hacia aquello que consideramos un deber. Ahora bien ¿es causa o efecto? ¿Somos perezosos porque es inherente a nosotros, o detrás de la indolencia se esconde una razón que deberíamos estudiar? ¿Habría que buscar soluciones al origen de este problema, que en muchos casos afecta a lo social?
Dicen algunos autores que la pereza surge de una paralización de la voluntad y el consiguiente bloqueo de la acción. Si la falta de voluntad fuera el eje de la cuestión, cabe preguntarse si la baja autoestima es uno de los focos del problema. Si unimos la baja autoestima a la ausencia de voluntad, el resultado es una anulación de poder que reduce el movimiento activo de la persona. En este caso, la pereza es inherente al «no puedo y por ello cejo en el intento».
Detrás de algunos “vagos” hay muchas acusaciones de «tú no puedes», «tú no eres capaz». También de protección y excesivo celo, con claro menoscabo a los intentos de autoafirmación. Algunas tentativas de independencia acabaron en: «para qué lo voy a intentar si luego no vale». Escenarios, todos ellos, que esconden mellas en la autoconfianza; mellas que han desembocado en un sentimiento de impotencia o pseudopereza.
La complejidad en la que nos debatimos nos va conduciendo a experiencias múltiples, donde conviven los deseos con las frustraciones, los éxitos con los fracasos. Y si bien algunos adquirimos habilidades de gestión emocional, otros, por el contrario, lidiamos con las luces y las sombras de múltiples sentimientos, desembocando en un desbordamiento que nos sume en la apatía. Entonces se nos tilda de perezosos.
No quisiera parecer benevolente con mi pereza, pues no lo soy. Para mí la pereza no es buena. Lo que deseo es recorrer todos sus vericuetos, pues algunos de ellos esconden actitudes indolentes y ociosas cuya raíz está muy lejos de ser un vicio, y muy cerca de ser una impotencia vital.
Un buen ejemplo de esto último es la lasitud que aparece después de una comida copiosa, que nos ralentiza y aletarga la mente y el cuerpo. Este estado nos conduce a dormitar y nos convierte en holgazanes durante un buen rato.
También podemos meter en este bloque las alergias (la primaveral es la más conocida), Los alérgicos sufren de lentitud en sus reflejos además de sentirse torpes mentalmente. Durante la jornada, tienen crisis de inactividad y desmotivación, que en ocasiones son valoradas como pereza.
William Cowper decía: «Una persona perezosa es un reloj sin agujas, siendo inútil tanto si anda como si está parado». Pienso que hay muy pocas personas sin agujas, y sin embargo hay muchas otras que se sienten inútiles y paradas por un yo interno que las detiene y anula.
La próxima semana seguiré hablando de la pereza en los niños. Al igual que en los adultos, detrás de la pereza infantil hay sentimientos de inferioridad, complejos, malas prácticas educativas u ocultación de verdaderos problemas.
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La pereza en los niños. Un reto educativo (94)

Decía Lafargué que la diferencia entre una persona culta y una inculta es que esta última necesita más dinero para pasar el fin de semana. Pensaba Lafargué que la cultura es una fuente comparativamente barata de entretenimiento. Los interesados en la cultura tienen muchas más fuentes a las que recurrir para entretenerse: una vida imaginativa y artística más rica. Los días del inculto son todos iguales. Si creemos en las palabras de Lafargué, podríamos incluso concluir que el sentido último de la cultura es luchar contra el aburrimiento.

La pereza obliga a no hacer nada. Es la falta de cualquier actividad, sea física, emocional o mental. Ya en la antigua Grecia se tenía muy claro la diferencia entre el trabajo y la actividad. Los filósofos griegos consideraban una ignominia tener que laborar. Eso era para los labreros, jornaleros o cualquier individuo falto de cultura. Sin embargo, ninguno de ellos habría optado por la inactividad o la ociosidad. Todos ellos eran dados al estudio, el debate, la enseñanza o a cualquier otro tipo de arte que les pudiera engrandecer su espíritu y su alma.
La pereza en los niños. Un reto educativo (94)Si analizamos a los niños bien educados en las artes de ser niños, donde se profesa la debida obediencia, se mantienen hábitos y se les entrena para su evolución y desarrollo, podríamos encontrar un gran paralelismo con los dos ejemplos anteriores.
En su mundo particular, el niño es culto cuando sabe emplear todas sus capacidades «culturales» para entretenerse. El juego es su ciencia y aprende a desarrollarlo plenamente cuando va creciendo en esa habilidad. Si a un crío se le entrena para aprovechar todas sus facultades, no precisa ayuda externa para distraerse. Su mundo imaginativo y artístico es ilimitado y fructífero.
La curiosidad por saber cosas nuevas y practicar novedosos experimentos le mantendrá atento y tranquilo, lo que no quiere decir estático. Mientras que si no aprende estas artes, el aburrimiento le aprisionará. La cárcel de su desgana le obligará a «distraer a otros» para soportar las horas de tedio. Estará intranquilo, se moverá permanentemente y requerirá que el entorno le entretenga. En suma, su diversión será mucho más «cara», porque la exigencia de un niño es siempre insaciable. Los niños son incapaces de soportar el aburrimiento.
El niño es acción en estado puro. Aprende de su interacción con el medio y con él mismo, y de este modo va conformando su aprendizaje vital. Así se instruye. Toma referencias diferentes y de diversos matices. Le impactan las reacciones que su comportamiento provoca en los demás, y de ahí saca conclusiones sobre sí mismo. El niño es un observador permanente de las acciones y reacciones que se derivan de sus actos.
Las directrices para un niño deben respetar esta faceta infantil. Cada niño es un mundo. Viene de diferentes culturas familiares, sociales, económicas.
Estas marcadas diferencias provocan su curiosidad de manera inconsciente. Su mente, al igual que los filósofos antiguos, se completa con las cosas que va descubriendo, con los aspectos que le sorprenden cada día. Va evolucionando a su ritmo. El niño busca que sus actos sean reconocidos y valorados como suyos. Como únicos y diferentes. Juega un rol donde lo importante es aquello que le hace ser y sentir quién es.
Isabel Díaz Arnal, en su libro Niños conflictivos, de la editorial Escuela Española, lanza la tesis de que no hay niños perezosos, de que los perezosos son los padres, los profesores y los médicos que no investigan las causas de las inferioridades que deploran. La autora ha realizado un trabajo profundo sobre todas las posibles causas de que un niño muestre actitudes indolentes ante las tareas o el tiempo de estudio. Para mí, el problema es previo a cualquier actividad didáctica.
Cuando el niño acude al colegio y hay una exigencia escolar, ya ha vivido previamente un proceso familiar en el que, posiblemente, hayan mermado la inquietud natural para indagar sobre su entorno y las oportunidades de crecimiento que la vida en general, y la escuela en particular, le ofrece.
Cuando un niño se aburre es porque los educadores, padres o cualquier adulto que está a su alrededor le satisface su curiosidad y le arrastra a la inactividad, inimaginable de otra forma en un niño.
Eduquemos a nuestros pequeños para que su curiosidad sea infinita y deseen aprender todo aquello que necesitan para ser felices y cumplir sus expectativas, que en ningún caso tienen que ser las nuestras. Nuestros hijos son inteligentes, o quizá no tanto. En cualquier caso, son ellos mismos. Mientras que se estén moviendo, observando, inquietos, nerviosos… nos están exigiendo educación y orientación. Decir que son perezosos es simplemente obviar su necesidad y la nuestra.
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Pereza (84)

Cuando a Don Miguel de Unamuno le preguntaron a qué religión pertenecía, contestó: «Porque yo, Miguel de Unamuno, como cualquier otro hombre que aspire a conciencia plena, soy una especie única. «No hay enfermedades, sino enfermos», suelen decir algunos médicos, y yo digo que no hay opiniones, sino opinantes»

Pienso que para hablar de este “pecado capital”, hay que situarse en el lugar de opinante, cuidando mucho la aproximación a un tema tan sensible. Máxime cuando se cree, como es mi caso, que todos estamos afectados, de alguna manera, por este “mal”. Decía el propio Unamuno: «La pereza, se dice, es la madre de todos los vicios, y la pereza, en efecto engendra los dos vicios; la envidia y la avaricia, que son a su vez, fuente de todos los demás vicios».
Estando bastante de acuerdo con Don Miguel, pienso sin embargo que es importante definir cuándo la pereza es pereza y cuándo es el resultado de una dificultad personal no resuelta y originaria de la infancia o de otras vivencias limitantes. Estimo que hay casos y casos de pereza, y es conveniente hablar de ellos e intentar diferenciarlos.
Fernando Savater en su libro Los siete pecados capitales, en la parte dedicada a la pereza, dice que «en ningún caso debe confundirse la pereza con ocio. El ocio, ese tiempo que no se dedica a lo laboral, puede ser rico en otras experiencias. La pereza en cambio es inactividad y falta de motivación».
Este autor nos abre la puerta a otra perspectiva sobre este asunto. ¿Es la pereza un vicio que sólo debemos contemplar en relación a trabajar? Considero que la pereza va mucho más allá de si estamos trabajando con devengo económico o no. Durante el estudio, en las labores cotidianas, al madrugar, caminar, o en cualquier otra función, aparece la desmotivación o el descuido. Se produce al disfrutar de uno mismo, de la higiene, de la vida, en cualquier momento la flojera es una garra fría que corta las alas al perezoso y le arrincona en el desánimo.
La pereza (84)
El ocioso busca entretenimiento alejado de sus obligaciones, o distrae su atención de lo importante con evasiones en el tiempo de labor. Otra cosa diferente es lo que llamamos ocio. En él están contenidas todas las acciones, que siendo activas no son lucrativas. Podemos decir que un ocioso es aquel que deja de hacer lo que debe, en el tiempo que se lo propone, mientras que el ocio son actividades que uno decide libre de cualquier imposición ajena al propio deseo.
La R.A.E. dice de la pereza que es: «Negligencia, tedio o descuido en las cosas a que estamos obligados; y flojedad, descuido o tardanza en las acciones o movimientos». Uniendo estos comentarios y acepciones me confirmo en la creencia de que todos contenemos alguna partícula de pereza; bien sea hacia el movimiento en sí mismo (cuando estamos haciendo algo), o hacia aquello que consideramos un deber. Ahora bien ¿es causa o efecto? ¿Somos perezosos porque es inherente a nosotros, o detrás de la indolencia se esconde una razón que deberíamos estudiar? ¿Habría que buscar soluciones al origen de este problema, que en muchos casos afecta a lo social?
Dicen algunos autores que la pereza surge de una paralización de la voluntad y el consiguiente bloqueo de la acción. Si la falta de voluntad fuera el eje de la cuestión, cabe preguntarse si la baja autoestima es uno de los focos del problema. Si unimos la baja autoestima a la ausencia de voluntad, el resultado es una anulación de poder que reduce el movimiento activo de la persona. En este caso, la pereza es inherente al «no puedo y por ello cejo en el intento».
Detrás de algunos “vagos” hay muchas acusaciones de «tú no puedes», «tú no eres capaz». También de protección y excesivo celo, con claro menoscabo a los intentos de autoafirmación. Algunas tentativas de independencia acabaron en: «para qué lo voy a intentar si luego no vale». Escenarios, todos ellos, que esconden mellas en la autoconfianza; mellas que han desembocado en un sentimiento de impotencia o pseudopereza.
La complejidad en la que nos debatimos nos va conduciendo a experiencias múltiples, donde conviven los deseos con las frustraciones, los éxitos con los fracasos. Y si bien algunos adquirimos habilidades de gestión emocional, otros, por el contrario, lidiamos con las luces y las sombras de múltiples sentimientos, desembocando en un desbordamiento que nos sume en la apatía. Entonces se nos tilda de perezosos.
No quisiera parecer benevolente con mi pereza, pues no lo soy. Para mí la pereza no es buena. Lo que deseo es recorrer todos sus vericuetos, pues algunos de ellos esconden actitudes indolentes y ociosas cuya raíz está muy lejos de ser un vicio, y muy cerca de ser una impotencia vital.
Un buen ejemplo de esto último es la lasitud que aparece después de una comida copiosa, que nos ralentiza y aletarga la mente y el cuerpo. Este estado nos conduce a dormitar y nos convierte en holgazanes durante un buen rato.
También podemos meter en este bloque las alergias (la primaveral es la más conocida), Los alérgicos sufren de lentitud en sus reflejos además de sentirse torpes mentalmente. Durante la jornada, tienen crisis de inactividad y desmotivación, que en ocasiones son valoradas como pereza.
William Cowper decía: «Una persona perezosa es un reloj sin agujas, siendo inútil tanto si anda como si está parado». Pienso que hay muy pocas personas sin agujas, y sin embargo hay muchas otras que se sienten inútiles y paradas por un yo interno que las detiene y anula.
La próxima semana seguiré hablando de la pereza en los niños. Al igual que en los adultos, detrás de la pereza infantil hay sentimientos de inferioridad, complejos, malas prácticas educativas u ocultación de verdaderos problemas.
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