Durante su práctica médica, el psicoanalista y alumno de Freud Carl Gustav Jung (1875–1961) observó que había dos tipos de individuos con dos maneras muy diferentes de enfocar su atención o interés. Uno de estos tipos era atraído por los objetos y todo aquello que veía en el exterior. Y el otro se quedaba impactado por lo que procedía de su interior.
A las relaciones existentes entre las influencias externas e internas Freud las llamaba «pulsiones» (energía psíquica profunda que orienta el comportamiento hacia un fin y se descarga al conseguirlo). Freud pensó que vivíamos entre dos pulsiones que eran antagónicas entre sí: una cuyo único afán era la preservación de la vida, y que nos arrastraba detrás de los placeres y los deseos, a la que llamó Eros, y otra que anhelaba la muerte y nos llevaba a buscar la calma, a la que llamó Tánatos. Jung reformuló esta visión de Freud y nombró extroversión a la pulsión de Eros, e introversión a la de Tánatos.
El poeta alemán Goethe (1749-1832) estudió el comportamiento humano y las diferencias que percibía, empleando el término sístole y diástole para señalar estas diferencias. El poeta se fijó en que los hombres tienen dos modos muy diferentes de vivir y vivirse. Está el que siente una llamada que le pide apertura y libertad, como la sangre que sale del corazón para llenar todo el cuerpo (sístole), y el que siente un llamamiento interior que dilata su corazón y le colma de sangre (diástole). Este precisa de su silencio y recogimiento para vivirse en sí mismo. Se trata de dos modos de acceder al arte, la música, la belleza: uno comparte con el mundo; otro cierra sus ojos y reclina sobre sí toda la emoción para vivirla en soledad.
A pesar de las diferentes formulaciones, hay algo básico en todas ellas: la ilusión por las cosas que están fuera y la necesidad de salir de sí mismos que tienen unos, y la autocomplacencia que les aísla del entorno que poseen otros.
Para Jung, los extrovertidos interactúan con su entorno y participan de él seducidos por el objeto y todas las inmanencias que de él se derivan. Parece que están cautivados por el objeto, del que no pueden substraerse. El objeto es el valor preponderante, y el sujeto está subordinado a él. Es el movimiento que Goethe llama «sístole», y Freud «Eros».
Por otro lado, Jung dice que los introvertidos estiman al sujeto y dan muy poca importancia al objeto. Están interesados por lo subjetivo y tienen dificultades para relacionarse con el exterior. Se encierran en ellos mismos y sus circunstancias: la «diástole» de Goethe y el «Tánatos» de Freud.
Estas formulaciones nos aproximan a nuestra identidad, aunque al mismo tiempo también nos confunden. Ahora parece que somos una cosa y al rato otra. Para que podamos comprobar a qué grupo pertenecemos y eliminar la posible confusión, es necesario fijarse en el concepto de «preferencia».
Jung decía: «La extraversión se caracteriza normalmente por una naturaleza expansiva, abierta y complaciente, que se adapta con facilidad a una situación dada y crea vínculos rápidamente dejando de lado cualquier posible recelo». Es decir, que los factores externos son la palanca motivacional de los extravertidos, pues:
- Adoran viajar, conocer personas y lugares nuevos.
- Son y viven gracias a las relaciones con la familia y los amigos.
- Necesitan los espacios abiertos: el sol, la montaña.
- Se entusiasman con la naturaleza.
- Les gusta hablar y verbalizar sus emociones o pensamientos.
- Su aprendizaje es mucho más rápido cuando discuten o actúan.
- Rehúsan las teorías y las explicaciones profundas.
- Propician las relaciones y los proyectos.
En relación a la introversión, Jung considera «que es de una naturaleza vacilante, reflexiva y retraída que se encierra en sí misma. Rehúye de los objetos y tiende a estar a la defensiva». Podemos por tanto concluir que la palanca motivacional de los introvertidos es su mundo interior, pues:
- Buscan los espacios privados para concentrarse.
- Mantienen los pensamientos en sí mismos.
- La naturaleza es un medio de reflexión, no de relación.
- Les gusta escribir y callar sus pensamientos o emociones.
- Su aprendizaje es mediante la reflexión y el análisis.
- Se centran en sus intereses.
- Rechazan las ideas o conclusiones superficiales.
- Sólo se involucran si el asunto es muy interesante para ellos.
Si bien existe una preferencia, y es cierto que normalmente nos movemos fuera de los extremos, hay que cuidar estas particularidades. En los puestos de trabajo, en los colegios, en cualquier lugar de convivencia y desarrollo, deberíamos plantearnos favorecer el bienestar de ambas tipologías. Hablamos de continuo sobre la necesidad de rentabilizar resultados en las organizaciones, y pocas veces nos planteamos que los proyectos los realizan personas con determinadas peculiaridades, un mundo emocional, un temperamento… Para el caso que nos ocupa, son muy pocas las variaciones que tendríamos que hacer para lograr grandes éxitos.
Proponemos un estudio en el que ambas tipologías sean tenidas en cuenta para optimizar al máximo sus potenciales. En ningún caso se mermará la rentabilidad, ni será mayor el costo empresarial, si somos capaces de crear programas de desarrollo en el que se estudien las personalidades que conforman nuestros equipos. Y desde luego, debemos tener en cuenta qué y cómo somos en relación a nuestra configuración energética. El extravertido rellena sus «pilas» en el exterior y el introvertido en el interior de sí mismo. Si queremos personas que rindan al máximo, sean felices y además estén emocionalmente sanas, debemos recordar su configuración individual y única.
Freud habló de vida y muerte, Goethe de expresar y contener, Jung de objetos y personas. No hay que olvidar que somos cuerpo, sentimiento y mente. Pensemos juntos en soluciones. Gracias por vuestros comentarios.
Leer más