Querid@s madres y padres:
La pregunta que ahora mismo nos inquieta a muchos de nosotros es: ¿por qué nuestros hijos han suspendido? ¿Qué les lleva a perder la motivación y el interés por el estudio? Fuera de que es una situación histórica, es decir, que siempre se ha dado, y que además, y previsiblemente, seguirá ocurriendo en el futuro, creo que hay ciertas cuestiones que nos pueden dar pistas sobre el qué y el cómo resolverlo.
Supongo que los que tenéis niños pequeños estáis más ajenos a estas situaciones; sin embargo, es en esta etapa donde deberíamos conocer y realizar pequeños cambios para que el resultado a posteriori fuera el que pretendemos todos: lograr que nuestros hijos sean felices, efectivos y llenos de metas realizables y útiles para ellos.
El niño va evolucionando en su aprendizaje, y cada avance que realiza debe estar conformado por el modo en el que es capaz de agregar conocimientos. Muchos de nosotros obviamos que, durante parte de sus primeros años de vida, el aprendizaje no existe, y nos debemos centrar en la enseñanza. Es decir: es más importante que el alumno sepa repetir lo que ve y le explica un docente, progenitor o cualquier adulto que esté en su entorno, que buscar que entienda o analice lo que sucede, más propio del aprendizaje.
Este primer tiempo de la vida de nuestros hijos debería emplearse en enseñarles a vivir en un medio que no siempre resulta cómodo y seguro. La vida en la naturaleza, el descubrimiento de sus potenciales vitales, la incorporación de disciplinas sobre las horas de sueño, la comida y la higiene, les ayudarán a confiar en sus propias fuerzas y a desarrollar hábitos que permanecerán en el tiempo.
Dentro de los modelos pedagógicos, el que corresponde a este periodo infantil, sobre todo en los primeros 8 años, es el aprendizaje por repetición. El énfasis estará en la memorización de conceptos y en su aplicación a la vida real. No se consideran los códigos propios del contexto al que pertenece cada estudiante, sino que ellos deben asimilar un código considerado como «correcto». El portador del código es el docente que, dentro de este modelo pedagógico, sostiene una relación autocrática con el alumno, ya que impone cierta forma de ver el conocimiento y el mundo. El estudiante escucha al profesor y se convierte en un ‘recipiente’ de lo que él o ella transmite. Posteriormente, el docente buscará que el alumno entienda las conexiones que existen entre el mundo del conocimiento y su aplicación a diferentes contextos con el fin de abrir su mente a procesos de interrelación.
Fuera de si eso nos parece correcto o no, lo que es importante es la similitud que tiene esta enseñanza con la prioridad de que el niño sepa obedecer y respetar a la autoridad fortaleciendo su voluntad e incorporando valores del entorno, la familia y él mismo.
Este proceso exige confiar en el infante, descubrir sus competencias y ampliarlas con los ejemplos de los adultos más cercanos a él. El niño tiende a repetir todo lo que ve y observa, exento de juicios y de individuación para saber defenderse ante situaciones que exigen prudencia y voluntad.
Acelerar este proceso sólo debilita la capacidad de esforzarse, porque para ello es imprescindible la voluntad, la creencia en sí mismos y la motivación constante. Cuando vemos en nuestros pequeños potenciales que no han desarrollado plenamente, les generamos igual o mayor desconfianza que cuando les consideramos torpes sin serlo. El equilibrio entre lo que pueden y no, es la mayor garantía de su desarrollo futuro.
Incidimos en la necesidad de que nuestros niños de 0 a 8 años aprendan rutinas que se conviertan en hábitos de éxito para él y para todo su hábitat más próximo. Ahora bien, muchos nos encontramos con muchachos mayores que fracasan y no sabemos cómo resolverlo. Propongo que primero descubramos si hemos incitado a la obediencia y cubierto los pasos anteriores para que, con esos datos, podamos decidir qué hacer. Así mismo, que comprobemos en nosotros mismos, la relación que mantenemos con la autoridad.
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