J. F. tiene 12 años. El pasado domingo estuvimos trabajando sus dificultades para concentrarse y obtener mejores resultados curriculares. Me explicó que empleaba muchas horas de estudio con muy poco éxito. Quería conocer por qué le sucedía y qué medios tenía para cambiarlo.
Iniciamos la tarea analizando sus valores más sobresalientes para conseguir las metas que nos habíamos propuesto. Dividió su auto observación en dos campos bien delimitados. Por un lado eligió diez valores que tenían que ver con su carácter. Entre los diez seleccionó los tres más significativos para él: sinceridad, amor y bondad.
J. me explicó que todos faltábamos un poco a la verdad, pero que la sinceridad era una de sus mayores fortalezas. El amor tenía la suerte de recibirlo con creces de sus padres, y él pensaba que era una persona bastante bondadosa.
El muchacho diferenció algunas cualidades imprescindibles para su mejor desempeño en el colegio. Opinaba que eran prioritarias cuatro: concentración, atención, paz en la casa (que le facilitaría el estudio) y respeto a su espacio vital. También estimó con una nota muy alta la eficacia, el confort y la inteligencia. Para el crío su área de mejora era la eficacia. Estimaba que el estudio no resultaba suficiente. Buscaba que los resultados fuesen muy positivos, y no siempre lo lograba. Esto le desesperaba bastante, y aún más cuando se comparaba con compañeros que tenían magníficos resultados con menor esfuerzo que el suyo. Ahondando en estas opiniones (le hice hincapié en que eran muy discutibles; él no podía conocer el trabajo que sus compañeros realizaban para alcanzar sus éxitos) llegó a la conclusión de que sería mucho más eficaz si pusiera más atención a las explicaciones de sus profesores y se concentrase en el estudio. Reconoció que su mente volaba fuera de los libros muy a menudo.
Ante el juego que yo llamo «Tengo – quiero», J. pormenorizó sobre los dones y cosas que tenía y no quería perder, entre los que señaló la familia, su personalidad cariñosa y su gran sensibilidad. Este último don es un bien muy amado para el muchacho. Por lo visto, su espíritu sensible le favorece la relación y la comprensión con su grupo de amigos.
En el apartado de «Quiero pero no tengo», reapareció la concentración como una de sus grandes metas. Conseguir estudiar bien era su segunda preferencia, y por último lo que le pedía a la vida era «Un gran amigo que me comprenda siempre, haga yo lo que haga. Sé que es difícil, pero me encantaría conseguirlo».
J. se quedó unos segundos quieto, me miró muy serio, y me dijo con una voz muy profunda: «Sé que a todos nos molesta ir al colegio y estudiar, pero hay muchos niños que darían su vida por poder hacerlo. Quisiera agradecer a Dios esta oportunidad que me da de acudir a un colegio».
La impresionante colaboración de J. favoreció los ritmos de este estudio y entramos en el siguiente apartado, en el que observamos todas las cosas que tiene pero no le gustan y quisiera cambiarlas. J. quiere suprimir de su vida a un profesor. Desea un hada madrina para hacer desaparecer a un maestro que le deja en evidencia y le ridiculiza ante sus compañeros. Nada es tan importante como lograr esto. Después quiere que la tensión con sus hermanos menores y el mal humor que muchas veces acarrea se volatilicen. J. pensaba que era un poco envidioso. Esto no le molestaba, porque era una forma de expresar su admiración por algunos de sus compañeros e ídolos del momento. Sobre todo deportivos. Quiere llegar a ser un gran futbolista, como C. R.
J. me dijo que había cosas que no tenía y que tampoco anhelaba, como la falsedad, la maldad o la pobreza. «Aunque Joaquina, me gustaría probar a ser pobre porque la gente debe de sufrir mucho por ello, y yo quisiera comprenderles.»
Feliz día para todos los padres del mundo que han educado a muchachos como J. F. Él quiere experimentar de alguna forma la pobreza para comprender a todos los seres del mundo que hoy sufren por su miseria. Si algún día fueras presidente, por favor, J., no olvides tus ideales de hoy.
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