Los celos son en algún modo justos y razonables, pues se dirigen a conservar un bien que nos pertenece, o creemos pertenecemos; pero la envidia es un furor que no puede sufrir el bien de los otros.
La Psicología actual explica: «los celos son la respuesta emocional, mental y conductual que surge ante la percepción por parte de la persona «celosa» de una amenaza externa que pone en peligro su relación interpersonal importante con la persona «celada»».
Independiente de explicaciones psicológicas, algunas personas vivimos atrapadas en un sentimiento de impotencia y fracaso personal cuando alguien de nuestro entorno, a quien queremos especialmente, prodiga atenciones a otros o nos sentimos infravalorados en su escala de afectos.
Si esta apreciación es dura en la edad adulta, sus consecuencias son mucho más virulentas cuando aparece en la infancia. Este es el caso de Miguel, quien tiene 9 años y desde hace más de cuatro está recibiendo atención especial. Los primeros indicios apuntaban a una inmadurez cerebral y un problema neurológico; sin embargo, pronto pudimos detectar una difícil relación con su hermano pequeño nacido cuando Miguel tenía algo más de 2 años y medio. Para Miguel, su hermano había acaparado el interés de su madre. Esta sensación (bastante real) le mantenía inquieto, lo que desataba la ira materna iniciando una espiral sin principio ni fin. A mayor tensión del crío, más inquietud de su madre y viceversa. Para esta mujer su hijo pequeño resultaba un bálsamo, y censuraba de forma permanente las actitudes de Miguel.
Este hecho recurrente pasaría desapercibido para un niño con autoestima y confianza en sí mismo; no obstante, Miguel se sentía rechazado, y todo su interés estaba en lograr ganarse a su «amada». No importaba el esfuerzo, ni lo que tenía que perder para ello. Miguel observaba lo que su hermano hacía y lo repetía.
Todos los avances que había logrado hasta ese momento los minimizó, y centró su interés en ser como el objeto de sus celos. La celotipia impide el razonamiento lógico y obceca al celoso, quien ejecuta actos inexplicables para los que no están inmersos en esta afección emocional tan grave.
El padre de Miguel entendió el sufrimiento de su hijo, y lejos de procurar afianzarle en sus valores y reducir sus creencias limitadoras, inició un proceso de protección a ultranza, sin fallas. Miguel no desarrolló las habilidades propias de su edad, como vestirse, calzarse, comer por su cuenta. Todos estos menesteres se los resolvía su padre para evitar la tensión familiar, que en muchos casos acababa en gritos de desesperación de la madre.
Miguel empezó a distraerse, a repetir constantemente el nombre de su hermano. Su cerebro dejó de interesarse por la vida que le rodeaba, y ya sólo necesitaba destruir la relación, incipiente pero tan «exitosa», a la que él no estaba invitado.
Si bien nuestra historia se centra en un niño de 9 años y sus celos, podríamos extrapolar esta situación a muchos ambientes y a bastantes adultos. Dado que los celos tienen un componente de baja autoestima y una asunción de carencia frente a otro, quizá sería interesante, en el caso de los niños sobre todo, evitar la protección y activar al máximo aprendizajes nuevos enfatizando las áreas de superación y dejando las comparaciones. Si además nuestra valoración personal crece cuando está fortalecida nuestra voluntad, este puede ser un punto de inicio. Para ello, proponemos revisar nuestros valores y activar recuerdos en los que hemos salido victoriosos gracias a la constancia y la persistencia.
Esta semana podemos observar a las personas que a nuestro derredor tienden a compararse y sentirse inferiores, con la intención de apoyarles reconociendo sus buenas acciones y disminuyendo la atención en nuestros logros. Seguro que conseguimos un ambiente más distendido.
Literatura recomendada:
Otelo, de William Shakespeare
Leer más