El pasado miércoles el Barcelona logró ganar en la final de la Copa de Europa al Manchester United en un encuentro en el que demostró que ahora mismo es el mejor equipo europeo. Sus jugadores fueron agasajados por sus seguidores en el Nou Camp, donde se reunieron más de 92.000 aficionados enfebrecidos por el éxito de su conjunto.

Esta es una historia llena de entusiasmo y gloria deportiva para el equipo catalán.  Entre tanto, en la ciudad de Nigeria, un forofo del Manchester provocó una noticia que a mí me pasó inadvertida:

«Un seguidor del Manchester United irrumpió con su minibús contra un grupo de aficionados del FC Barcelona que festejaban en la ciudad nigeriana de Ogbo el título de la Liga de Campeones, y provocó la muerte de cuatro de ellos, además de otros 10 heridos.» (Leer el texto completo)

El seguidor del Manchester vivió un desbordamiento cuando su imaginal (la victoria de su equipo) no se materializó. La creencia de que sus deseos están por encima de los de cualquiera provocó un pensamiento incontrolado, que derivó en este hecho tan deleznable, y a la vez tan irremediable, si tenemos en cuenta la fuerza de sus emociones en contra de su débil razón.

¿Es un hecho aislado? ¿Empieza a ser un acto normalizado destruir la alegría de los que triunfan cuando nosotros estamos derrotados?

Quizá tengamos que iniciar un entrenamiento extradeportivo que nos permita disfrutar de los éxitos ajenos, y para ello avivar la conciencia de humanidad por encima de cualquier diferencia.

Proponemos que entre todos creemos un plan de acción de nuevos comportamientos que hagan aflorar lo mejor de cada uno de nosotros.

Espero vuestras aportaciones.

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