Me decía un gran amigo que los hombres somos más cuidadosos con los utensilios que hemos ido fabricando que con nuestro cuerpo. Más bien pareciera que lo caro es más importante que lo necesario. Me ponía el ejemplo de un coche, y el símil me pareció interesante y muy significativo:
«Imagínate que vas a un concesionario para adquirir el coche de tus sueños. Has analizado muy concienzudamente diferentes marcas hasta decidir cuál es la más ventajosa por coste, rendimiento, estética o el parámetro que para ti sea más importante. Cuando te entregan el coche, recibes las primeras instrucciones del vendedor, siendo la más importante el tipo de combustible que necesita, y quedando en un segundo plano el resto de especificaciones, porque las irás aprendiendo sobre la marcha. Consumido el carburante inicial, al repostar tienes en cuenta dos cosas: el tipo de combustible que necesita y la cantidad que cabe en el depósito. En ningún caso alterarás estas dos variables. La primera porque haría inviable el correcto funcionamiento del vehículo, y la segunda porque no tendría cabida, y además elevaría el coste innecesariamente. Por ende, estas dos cuestiones son las que te permiten estar seguro del buen funcionamiento de tu automóvil y de llegar donde tú quieras. Piensa por un momento cuántas personas conocen la cantidad y la cualidad de energía que necesitan para un funcionamiento corporal, emocional o mental óptimo, y de esas que son expertas, cuántas respetan esos conocimientos y los aplican cuando seleccionan su alimentación».
Independiente de la posición y los niveles de inteligencia, los occidentales declinamos el cuidado de nuestro cuerpo en aras de placeres y sensaciones que nos seducen por encima de nuestro online slots deseo de mantener la salud y la estabilidad personal. Volviendo a la analogía del coche, descuidamos el tipo de fuel, y además añadimos más de lo que soporta nuestro depósito, alterando no a corto plazo, pero desde luego sí a medio y largo plazo, la viabilidad de cumplir nuestros objetivos mermando de alguna manera la seguridad en nuestras capacidades.
Muy al contrario, los orientales ven en su cuerpo la carcasa perecedera y frágil que precisa de unos cuidados y una armonía muy similar a la que presenta la naturaleza y sus alteraciones. En China se desarrolló la ley de los cinco elementos y se estudió cómo evolucionan, crecen y se desarrollan, estableciendo correspondencias con los órganos, las estaciones y los comportamientos mentales y emocionales. También se analizaron los desequilibrios de cada órgano por la alteración cuantitativa o cualitativa de los efectos de los alimentos.
Conscientes de la utilidad del estudio, los chinos profundizaron en la importancia de cada elemento, llegando a la conclusión que la tierra es el elemento de la energía y la estabilidad. El cuerpo humano recoge la energía que le permite actuar, moverse, expresarse, de los hidratos de carbono, el carburante de los hombres.
La tierra está llena de vida, y cuando el sol declina pasados los calores del alto verano, aporta la cosecha, que está en relación directa con la siembra que se realizó en la primavera. Recordemos los “vientos de las grasas”. Un desequilibrio en la ingesta de lípidos o en la errónea selección va a provocar una peor cosecha.
El valor de nuestra «tierra», o lo que es igual, la capacidad de cosechar lo mejor para nosotros, depende del análisis consciente sobre la energía que precisamos y qué alimentos dentro de los glúcidos nos la aporta. Cuando le hemos añadido a nuestro «coche» más hidratos de los que necesita o hemos optado por los que no son adecuados, el sistema reacciona provocando una somnolencia que nos impide funcionar y mantener frescos nuestros sistemas de actuación y seguridad personal.
Ahora cabe esperar que analicemos con qué tipo y cantidad de carburante nos ponemos las pilas y cuándo detectamos fallos notables. Convendría que repaséis los post de Alimentación Emocional.
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