Cuando a Don Miguel de Unamuno le preguntaron a qué religión pertenecía, contestó: «Porque yo, Miguel de Unamuno, como cualquier otro hombre que aspire a conciencia plena, soy una especie única. «No hay enfermedades, sino enfermos», suelen decir algunos médicos, y yo digo que no hay opiniones, sino opinantes»
Pienso que para hablar de este “pecado capital”, hay que situarse en el lugar de opinante, cuidando mucho la aproximación a un tema tan sensible. Máxime cuando se cree, como es mi caso, que todos estamos afectados, de alguna manera, por este “mal”. Decía el propio Unamuno: «La pereza, se dice, es la madre de todos los vicios, y la pereza, en efecto engendra los dos vicios; la envidia y la avaricia, que son a su vez, fuente de todos los demás vicios».
Estando bastante de acuerdo con Don Miguel, pienso sin embargo que es importante definir cuándo la pereza es pereza y cuándo es el resultado de una dificultad personal no resuelta y originaria de la infancia o de otras vivencias limitantes. Estimo que hay casos y casos de pereza, y es conveniente hablar de ellos e intentar diferenciarlos.
Fernando Savater en su libro Los siete pecados capitales, en la parte dedicada a la pereza, dice que «en ningún caso debe confundirse la pereza con ocio. El ocio, ese tiempo que no se dedica a lo laboral, puede ser rico en otras experiencias. La pereza en cambio es inactividad y falta de motivación».
Este autor nos abre la puerta a otra perspectiva sobre este asunto. ¿Es la pereza un vicio que sólo debemos contemplar en relación a trabajar? Considero que la pereza va mucho más allá de si estamos trabajando con devengo económico o no. Durante el estudio, en las labores cotidianas, al madrugar, caminar, o en cualquier otra función, aparece la desmotivación o el descuido. Se produce al disfrutar de uno mismo, de la higiene, de la vida, en cualquier momento la flojera es una garra fría que corta las alas al perezoso y le arrincona en el desánimo.
El ocioso busca entretenimiento alejado de sus obligaciones, o distrae su atención de lo importante con evasiones en el tiempo de labor. Otra cosa diferente es lo que llamamos ocio. En él están contenidas todas las acciones, que siendo activas no son lucrativas. Podemos decir que un ocioso es aquel que deja de hacer lo que debe, en el tiempo que se lo propone, mientras que el ocio son actividades que uno decide libre de cualquier imposición ajena al propio deseo.
La R.A.E. dice de la pereza que es: «Negligencia, tedio o descuido en las cosas a que estamos obligados; y flojedad, descuido o tardanza en las acciones o movimientos». Uniendo estos comentarios y acepciones me confirmo en la creencia de que todos contenemos alguna partícula de pereza; bien sea hacia el movimiento en sí mismo (cuando estamos haciendo algo), o hacia aquello que consideramos un deber. Ahora bien ¿es causa o efecto? ¿Somos perezosos porque es inherente a nosotros, o detrás de la indolencia se esconde una razón que deberíamos estudiar? ¿Habría que buscar soluciones al origen de este problema, que en muchos casos afecta a lo social?
Dicen algunos autores que la pereza surge de una paralización de la voluntad y el consiguiente bloqueo de la acción. Si la falta de voluntad fuera el eje de la cuestión, cabe preguntarse si la baja autoestima es uno de los focos del problema. Si unimos la baja autoestima a la ausencia de voluntad, el resultado es una anulación de poder que reduce el movimiento activo de la persona. En este caso, la pereza es inherente al «no puedo y por ello cejo en el intento».
Detrás de algunos “vagos” hay muchas acusaciones de «tú no puedes», «tú no eres capaz». También de protección y excesivo celo, con claro menoscabo a los intentos de autoafirmación. Algunas tentativas de independencia acabaron en: «para qué lo voy a intentar si luego no vale». Escenarios, todos ellos, que esconden mellas en la autoconfianza; mellas que han desembocado en un sentimiento de impotencia o pseudopereza.
La complejidad en la que nos debatimos nos va conduciendo a experiencias múltiples, donde conviven los deseos con las frustraciones, los éxitos con los fracasos. Y si bien algunos adquirimos habilidades de gestión emocional, otros, por el contrario, lidiamos con las luces y las sombras de múltiples sentimientos, desembocando en un desbordamiento que nos sume en la apatía. Entonces se nos tilda de perezosos.
No quisiera parecer benevolente con mi pereza, pues no lo soy. Para mí la pereza no es buena. Lo que deseo es recorrer todos sus vericuetos, pues algunos de ellos esconden actitudes indolentes y ociosas cuya raíz está muy lejos de ser un vicio, y muy cerca de ser una impotencia vital.
Un buen ejemplo de esto último es la lasitud que aparece después de una comida copiosa, que nos ralentiza y aletarga la mente y el cuerpo. Este estado nos conduce a dormitar y nos convierte en holgazanes durante un buen rato.
También podemos meter en este bloque las alergias (la primaveral es la más conocida), Los alérgicos sufren de lentitud en sus reflejos además de sentirse torpes mentalmente. Durante la jornada, tienen crisis de inactividad y desmotivación, que en ocasiones son valoradas como pereza.
William Cowper decía: «Una persona perezosa es un reloj sin agujas, siendo inútil tanto si anda como si está parado». Pienso que hay muy pocas personas sin agujas, y sin embargo hay muchas otras que se sienten inútiles y paradas por un yo interno que las detiene y anula.
La próxima semana seguiré hablando de la pereza en los niños. Al igual que en los adultos, detrás de la pereza infantil hay sentimientos de inferioridad, complejos, malas prácticas educativas u ocultación de verdaderos problemas.
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