Benjamin Franklin
Dice el diccionario que una persona íntegra se caracteriza porque hace lo que le parece correcto sin que afecte a los intereses de las demás personas. Para empezar a hablar de integridad debemos determinar primero nuestros valores individuales dentro de nuestro marco de referencia, observando nuestros ideales, creencias y normas de conducta. Nuestra integridad vendrá fijada por el conocimiento de aquello que nos parece correcto y la capacidad que tenemos de actuar en coherencia con ello respetando la influencia que nuestros actos tienen sobre nuestro entorno.
La integridad no es un estado de percepción, sino un estado de conocimiento y coherencia. Vivimos replicando comportamientos y principios similares a aquellos que nos rodean. En este deseo de emulación vamos perdiendo el conocimiento de nuestras verdaderas capacidades, y sobre todo de nuestros principios. La estima personal entra en un conflicto de valoración, no permitiéndonos vivir conscientes de nuestra responsabilidad personal.
La valoración y la autoestima crecen o decrecen en relación directa con la capacidad de actuar según nuestros principios. Es decir, que una persona que actúa bajo su discernimiento, aun en el caso de que su acción no la valoren los demás, habrá obtenido un mayor rendimiento y autoestima que aquel que luzca unos valores muy elevados, pero simulados y representados para lograr el prestigio y el reconocimiento de los otros.
Para vivir nuestra integridad personal debemos tener en cuenta tres aspectos:
1. Saber cuáles son nuestros valores o ideales
2. Actuar en coherencia con ellos
3. Tener cuidado con el impacto de nuestros actos en los demás
Una persona que sabe y entiende qué es la integridad es consciente de que vive en un mundo multicultural, donde la diversidad magnifica el espacio de confluencia entre las diferentes personas. Es quizá el conocimiento exacto de lo que es la integridad lo que nos permite vivir en armonía con nosotros mismos y con nuestro hábitat. Gastamos demasiada energía en prefijar modelos de vida, y empleamos muy poca en conocer quiénes somos y cómo son los otros. Ser íntegro, además de tener una implicación de autodeterminación con sólidos criterios, nos exige un ejercicio de:
Observación:
- De los valores personales que están fundamentados en nuestros criterios y nuestra experiencia
- De los hábitos que han fortalecido esos valores y conforman la textura de nuestra ética
- De los conocimientos nuevos que se suman a la vivencia diaria
- De todos los que conviven a nuestro alrededor y que han conformado su integridad de igual modo que nosotros
La diversidad, la multiculturalidad, la existencia de muchos modos de pensar y concebir la vida, el amor y la felicidad hacen de la integridad un ser vivo que requiere apertura. No sólo precisamos tener una mente accesible, sino que nos demanda entregarnos plenamente a la convivencia global, donde todos tenemos un lugar para la autodeterminación.
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