A pesar de llevar diez años en una compañía inmobiliaria y de haber vendido más de 200 millones de euros, Antonio se ha convertido en un producto de desecho una vez que le ha vencido la enfermedad. Hasta el mes de mayo pasado acudió a su puesto de trabajo, ajeno a la negativa de los médicos que llevan su caso. A sus 46 años necesita un trasplante de hígado, y está en la lista de espera del doctor Moreno.
Sus constantes vitales se van deteriorando mientras que la dirección de su compañía exige que devuelva los teléfonos de la empresa, que recoja sus cosas del despacho, que saque su coche del garaje con el fin de ceder su plaza a otro compañero…
La vida de Antonio durante los últimos diez años ha estado dedicada en cuerpo y alma a esta compañía, a vender las promociones, a gerenciar el equipo de ventas, a viajar de Madrid a la costa varios días al mes. Antonio se ha olvidado de su esposa, de su hija y de todo aquello que no fuera su trabajo o lograr el máximo resultado de sus gestiones comerciales.
La compañía, debido a un ajuste económico, necesita reducir gastos, y para ello le reclaman el móvil, la plaza de garaje, vaciar su despacho… Seguramente se ahorrarán unos 200 euros. Entre tanto, Antonio ha recaído gravemente. Me decía que toda su vida era el trabajo, su equipo, lograr el mayor número de ventas. A pesar de que no lo explicita, de alguna manera pensaba que era más imprescindible, más querido y valorado. Antonio sufre.
Algo nos está pasando y debemos repasar qué es. La exigencia de resultados rápidos está provocando en las direcciones de las compañías una deshumanización que duele.
Independientemente de que las empresas están diseñadas para obtener beneficios económicos y de que eso es bueno para la economía de los países, no podemos olvidar que los logros surgen de las buenas prácticas de un grupo de soñadores que cada día ceden parte de su vida personal en aras de engrandecer proyectos en los que creen y a los que se entregan fehacientemente.
Directores, gerentes, comerciales, técnicos, obreros… cada uno aporta su experiencia y su saber para el desarrollo de las empresas, y cuando una parte es afectada todas las demás se resienten. Pobre de nosotros si reducimos estos vínculos a retribuciones o beneficios y nos olvidamos de nuestra humanidad.
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