Esta es la historia de un joven que tenía muy mal carácter. Su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera el control de sus emociones debería clavar un clavo detrás de la puerta. El primer día, el muchacho hundió 37 clavos detrás de la puerta. Las semanas que siguieron, a medida que el aprendía a controlar su genio, enclavaba cada vez menos clavos detrás de la puerta.
Un día descubrió que era más fácil controlar su genio que hincar clavos detrás de la puerta. Llegó el momento en que pudo controlar su carácter durante todo el día. Después de informar a su padre, este le sugirió que retirara un clavo cada día que lograra controlar su carácter. Los días pasaron y el joven pudo anunciar a su padre que no quedaban más clavos para retirar de la puerta…
Su padre lo tomo de la mano y lo llevó hasta la puerta. Le dijo: «has trabajado duro, hijo mío, pero mira todos esos hoyos en la puerta. Nunca más será la misma. Cada vez que tú pierdes la paciencia, dejas cicatrices exactamente como las que aquí ves».
Ayer reflexioné sobre las señales de los clavos que han quedado en las puertas de mi vida y mis relaciones. Ninguna de ellas ha sido necesaria, ninguna resolvió la situación y ninguna fue tan importante como para rasgar la «carne de la puerta» que me une y separa del mundo.
Durante el día de hoy cuando vayamos a perder nuestra calma pensemos: ¿Es real lo que siento y tiene que ver con este instante? Posiblemente el sentimiento proceda de situaciones anteriores que no hemos resuelto.
Si continúa la tensión y permanece el deseo de clarificar “la realidad” pregúntate: ¿Tengo la certeza de que mi actuación es la correcta para el conflicto presente?
En el caso de que tengas alguna duda piensa ¿qué otro modo de actuar podría adoptar para este instante?
Seguramente algo cambiará. Al final de la jornada piensa quién eres con este nuevo modo de actuar y si te gustas aplícalo a las diferentes situaciones del nuevo día.
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