Joaquina Fernández

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Cómo llegué hasta aquí (3)

Crucé la puerta que me separaba de mi amiga quince minutos tarde. Sabía que aquellos minutos robados a nuestra reunión eran importantes para ambas, así que cuando la vi no perdí el tiempo en disculpas. Sus primeras palabras fueron un jarro de agua fría que intenté calentar con un buen estado de ánimo. Este era uno de los motivos por los que nos encontrábamos. El carácter. Ese potro desbocado animador de broncas, disgustos y malos ratos había emergido nuevamente en la reunión de la mañana, y era por ello que manteníamos sesiones de Inteligencia Emocional, orientadas a descubrir los hilos que originaban estas pérdidas de control, frecuentes y cada día más insanas.

¿Cómo llegué aquí? La pregunta quedó flotando en el aire, con un sabor agridulce y cierta sensación de fracaso. Creo que no lo voy a conseguir…

Para no caer en el desánimo de mi amiga, apunté una visión más optimista, que pudiera llevarle a un análisis constructivo: «Quizá, le dije, un día te sentiste desbordada  y optaste por el enfado, consiguiendo de esta forma lo que buscabas. A partir de ese momento, cuando querías algo, en lugar de negociarlo o buscar el consenso, tiraste por la vía fácil: un poco de tensión, la voz más alta de lo habitual, y así hasta lograr lo que querías. Las repetidas situaciones convirtieron estos momentos en una práctica cotidiana, hasta que las experiencias exitosas te llevaron a decidir que es mucho más eficaz el enfado que emplear el tiempo en vencer  la negativa de tus colaboradores o amigos. El resultado es que has convertido tu irritabilidad en un arma inconsciente que te maneja y surge sin que medie tu deseo. Y es el convencimiento de la imposibilidad de erradicar tus malos modos el que hace que tu mal humor y tu falta de delicadeza con el entorno sean inconscientes».

»Aprendemos por repetición, nos dejamos llevar por los impulsos y al final somos expertos en comportamientos de los que no siempre estamos orgullosos. Ahora lo vemos con tu caso. Te propongo que hagamos una revisión al revés. Es decir, que deshagamos el camino andado y veamos cómo llegaste hasta aquí.

»Empecemos por volver a la reunión de esta mañana y pregúntate: ¿para qué he gritado? ¿Qué buscaba con esa actitud? Empieza por darte cuenta de que todo lo que haces tiene utilidad.  Reflexiona sobre ello y comprueba que hay cosas que consigues con el enfado y que no logras de otra forma.

»Analiza también qué justificación te das para hacer algo que a priori te parece desagradable y que rechazas en tu fuero interno. Busca todos los argumentos con los que te disculpas cuando notas los efectos negativos de tu actuación.  Es posible que culpes a alguien de este desbordamiento. Identifícalo para saber qué provoca tu desestabilización; dónde está el detonador de tu crisis.

»Notarás que, antes de alterarte, sucede algo que rechazas y que de alguna manera criticas o crees que es inadmisible. Es una sensación incómoda que te conmueve negativamente; una sensación de ofuscación que te impide razonar y que hace que, antes de que te des cuenta, hayas contestado  desabridamente al primero que se cruza en tu camino. Observa tu ánimo previo a tu irritabilidad; y cómo se comportan los demás para que tú decidas castigarles con tu mal humor o brusquedad.

»Después de esto, te recomendaría que revisaras qué esconde esta rabieta. Es posible que tengas alguna expectativa previa que no has cumplido, y si no la buscas, difícilmente la encontrarás. Este puede ser el punto de partida para elaborar un plan de acción que te aleje de la situación actual. Quizá lo que más te irrita esconda información de alto nivel sobre tu área de mejora, y mirándolo fijamente, sin tensiones, te resuelva esta dificultad. Hace poco tiempo, trabajé con una persona que buscaba la perfección en todo lo que hacía,  y a quien le desesperaba el error de los demás. Lo consideraba un fallo personal. La expectativa de perfección la abocaba a ser incomprensiva con sus colaboradores. Cuando empezó a trabajar este aspecto, vivió un cambio relevante en su vida.

»Céntrate en saber qué quieres y cuáles son los pasos para llegar a lograrlo. Encuentra argumentos para poner el foco en tu meta y no pierdas ese foco.

»Poner el foco nos ayudará a vencer en esta nueva mirada. Este es un buen momento para decir adiós a los enfados.

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Una equivocación (2)

Once cincuenta. Calle Miguel Ángel 17. Los ruidos de la ciudad se mezclaron con el estruendoso choque de un coche contra una moto. Todo se paralizó durante unos segundos eternos, hasta que unos transeúntes se inclinaron ante el cuerpo inerte del conductor de la motocicleta. La escena, desde la ventana de mi despacho, parecía extraída de un rodaje.  Los extras iban movilizándose lentamente. Los que esperaban el autobús se acercaron con sigilo,  algunos salieron de la cafetería que hay en el número 15, un hombre de unos cuarenta años saltó al carril bus mientras hablaba por el móvil. De un auto aparcado cerca del bordillo salió un hombre que se mantuvo apartado. Su expresión denotaba culpabilidad y perplejidad por igual. Algo no había salido bien. Unos minutos antes conducía por la calle Miguel Ángel y no podía descifrar qué había pasado. Dos policías llegaron y empezaron a enviar mensajes que fueron provocando respuestas casi inmediatas. La ambulancia frenó y los especialistas empezaron a movilizar el escenario. Inmediatamente cortaron el pantalón del herido, le pusieron un collarín, vendaron su tobillo izquierdo, le pasaron a una camilla después de sujetar sus brazos para que no cayeran al elevarle. Los ojos cerrados. Alrededor de la moto, varios documentos  estaban desparramados en el asfalto. Las maletas rotas, el asiento fuera de su sitio. Estos eran los espectadores pasivos de aquella escena macabra.

Desconozco de cuál de los dos fue el error; hasta el momento esto importaba muy poco. Desde mi lugar de observadora luchaba por permanecer atenta a aquella escena mientras recordaba situaciones parecidas, propias o ajenas. Dos años antes  J. A había arrollado a un joven al equivocarse en el giro de la calle. Para superarlo, visitó a algunos especialistas del alma. Me decía que “la vida no tiene una tecla con la que deshacer los actos equivocados, porque mira que le di vueltas a por qué había girado, por qué no miré…”.  La experiencia de J. A., vista en retrospectiva, era el resultado de mucha impaciencia en la toma de sus decisiones, (palabras que ha repetido a todos los que somos sus amigos) tanto en la vida personal como profesional, y el accidente fue consecuencia de un acto de apresuramiento, con resultados nefastos.

Los actores del accidente poco a poco fueron desapareciendo. En la escena final: dos policías toman los datos al conductor del coche. Su rostro lívido, la camisa fuera del pantalón dándole un aspecto desmadejado, las manos un poco temblorosas. Los policías cruzaron la calle. El conductor entró en su pequeño auto y avanzó suavemente hasta el cruce con Martínez Campos. La ciudad siguió su ritmo trepidante.

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