Casi todos los descubrimientos en el campo de la alimentación tienen un recorrido largo donde el hombre ha ido aplicando sus observaciones sobre los cambios físicos y psicológicos que advertía en grupos de individuos que vivían situaciones adversas. En relación al estudio de las vitaminas, uno de los grandes precursores fue Hipócrates, médico de la antigua Grecia, quien postuló que se mejoraba la visión nocturna comiendo hígado.
Durante muchos siglos se le dio gran importancia a la alimentación como un medio de superar enfermedades; sin embargo, en relación a las vitaminas es a partir del siglo XVIII cuando aparecen verdaderos hallazgos que arrojan luz sobre la necesidad de complementos en mínimas cantidades para resolver graves dolencias en conjuntos determinados de individuos.
A mediados de 1700 el médico escocés James Lind (1716-1794), de la marina inglesa, consideró mucho más significativas las bajas del ejército inglés por enfermedades, como el escorbuto, que las provocadas por las batallas con las flotas de Francia y España. Este médico fue el precursor de incorporar alimentos frescos en la dieta de los marinos de la armada inglesa después de haber comprobado que los marinos que tomaban zumo de limón en las travesías no enfermaban como el resto de sus compañeros. Este galeno procuró que los barcos realizaran sus travesías cargados de limones (bastante más imperecederos que otras frutas), con un gran éxito y una reducción considerable de las bajas por escorbuto.
A finales de 1700, el conde Constantino Francisco Chassebeuf (Conde de Volney), en su obra Las ruinas de Palmira y su ley natural, propone alejarse de todo lo que hace daño a la salud del hombre. Volney pensaba que la cantidad, calidad y combinación de los alimentos tenían una fuerte influencia en los comportamientos diarios del ser humano, además de afectar a las actitudes del alma. Volney fue un gran precursor de las conexiones entre la alimentación y la salud del cuerpo y de la emoción. Su obra fue un revulsivo social sobre la conexión entre el cuerpo, la emoción y el alma.
Más adelante, ya por el siglo XVIII, y gracias a los estudios del polaco Casimir Funk, se llegó a la conclusión de que enfermedades como la pelagra (por nutrirse con maíz), el beri-beri (por comer arroz descascarillado), el escorbuto (por falta de frutas y carnes frescas), el raquitismo (por ausencia de luz solar y de ciertos alimentos), tenían como denominador común la ausencia de nutrimentos frescos, tales como frutas y verduras.
A finales de 1800, el premio Nobel Frederick Gowland Hopkins descubrió que las ratas enfermaban gravemente si sólo comían los macronutrientes (proteínas, grasas y azúcares), y que al incorporarles leche a la alimentación empezaron a mejorar de manera notable. Hopkins llegó a la conclusión de que la leche era imprescindible para el normal crecimiento de sus animales de ensayo. Este relevante médico descubrió que si faltaba una substancia soluble en las grasas se provocaba una gravísima enfermedad en los ojos de sus cobayas. Hopkins llamó a esta sustancia Accesory Food Factors (Factores Alimenticios Accesorios). Hopkins y Funk recibieron en 1929 el premio Nobel de Medicina por estos hallazgos científicos.
La palabra «vitamina» fue acuñada por Casimir Funk en 1912, y proviene del latín vita (vida) y de amina (amina necesaria para la vida). Como estas dos definiciones nos indican, nuestra vida depende de estos micronutrientes que se encuentran en pequeñas cantidades en casi todos los alimentos.
Las vitaminas son un grupo de compuestos vitales para el funcionamiento celular y el correcto desarrollo orgánico. Al igual que sucedía con los aminoácidos esenciales, la gran mayoría de las vitaminas no pueden ser sintetizadas (elaboradas) por el organismo, por lo que sólo podemos obtenerlas de los alimentos naturales.
A estos pequeños nutrientes se les denomina «elementos de acción biológica» o «catalizadores», ya que promueven y activan el buen empleo y aprovechamiento de los alimentos energéticos (hidratos de carbono y grasas) y de los alimentos plásticos (proteínas). La carencia de vitaminas acarrea un buen número de enfermedades y trastornos de índole física y psíquica.
El fraccionamiento de la leche realizado por Hopkins permitió deducir que tanto la fracción grasa como la acuosa eran igualmente indispensables, y a los componentes esenciales (todavía desconocidos) se les llamó vitamina A (presente en la grasa) y B (presente en la fracción acuosa).
En consecuencia, los estudios realizados posteriormente tuvieron muy en cuenta esta división, y todavía se consideran las vitaminas como pertenecientes a dos grandes grupos: las vitaminas hidrosolubles (solubles en agua y presentes en las partes acuosas de los alimentos) y las vitaminas liposolubles, insolubles en agua y presentes en las partes grasas de los alimentos.
Vitaminas liposolubles: para su absorción se necesita, además de los minerales, una substancia grasa. Se depositan, en reserva, en el cuerpo, principalmente en el hígado. Pertenecen a este grupo las vitaminas A, D, E , F, K , y P. Su ingesta en grandes cantidades representa un grave riesgo, porque el organismo no puede eliminarlas con facilidad.
Vitaminas hidrosolubles: Además de los minerales, necesitan para su absorción un medio acuoso, y se distribuyen por el cuerpo en los líquidos intra y extra celulares. Estas vitaminas no se depositan en el cuerpo, a excepción de la vitamina B12, por lo que es imprescindible su ingesta diaria. No hay riesgo de hipervitaminosis, porque el superávit se excreta por vía urinaria. Pertenecen a esta categoría principalmente las del grupo B y C. Es importante tener en cuenta que casi todas las vitaminas hidrosolubles se encuentran en la levadura de cerveza fresca, y las vitaminas liposolubles en el germen de trigo. La vitamina C se halla en el limón, además de en los pimientos verdes, el kiwi y otros.
Llegados a este punto, podemos imaginar la importancia de las vitaminas y sus funciones orgánicas. Nos ayudará saber que cuando ingerimos demasiadas proteínas es imprescindible incorporar vitamina B6 en la alimentación para evitar los procesos anémicos, mareos y convulsiones, así como una cierta lentitud mental. O que la vitamina B12 es imprescindible para el correcto metabolismo, la formación de glóbulos rojos o el mantenimiento del sistema nervioso central. También que la vitamina C permite que nuestras encías y dientes permanezcan jóvenes y saludables, amén de ayudar a la síntesis del hierro.
En fin, que durante unas semanas estaremos juntos para sensibilizarnos hacia la importancia de estas micro substancias. Está en mi ánimo retomar la alimentación a base de ensaladas, frutas frescas, zumos naturales, verduras de hojas verdes, yemas de huevo, legumbres, levaduras de cerveza, kiwi y un amplio surtido de alimentos que nos enriquecen y nos dan una muy buena salud física y un estado muy placentero de felicidad y de rápido aprendizaje.
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