Parecería lógico que después de unos días de descanso volviéramos a nuestras tareas con ilusión y llenos de energía después de estos días de reposo. Sin embargo, intuyo que para algunos volver no es muy apetecible.
Un gran amigo mío, con el que comí el domingo, me dijo al despedirse: «Adiós, que se me agotan los días de vacaciones». Había ansiedad y mucha agonía por este final del ocio y la caducidad de sus días de regocijo personal. Los comensales que estaban alrededor expresaban algo parecido.
Algo merodea en nuestro interior, algún virus inunda nuestro ordenador central para que el trabajo se convierta en un «mal» a evitar, y los días de recreo nos resulten cortos y los apuremos hasta sus últimas consecuencias.
Algo, no sé si extraño pero llamativo, sucede en nuestras mentes, en nuestras emociones, para que nuestro proveedor de los bienes materiales, que nos salvaguarda y nos sustenta, sea nuestro enemigo. El trabajo es sin duda lo que nos lleva a estudiar, lo que nos induce a ampliar conocimientos y elevar nuestra experiencia para convertirnos en grandes profesionales. Es también por ello el manager de nuestros éxitos. Con el trabajo conseguimos autoestima y prestigio, y elevamos nuestro rango social y económico. Nos hace poseedores de casas, de coches y nos permite viajar, conocer países, nos facilita la vida placentera y además nos hace independientes.
En fin, el trabajo nos nutre de muchas cosas. Es anhelado cuando no está, y despreciado la mayoría de las ocasiones.
Y es coincidente este hecho con la actitud de los niños y jóvenes ante su vida escolar. Se sienten prisioneros de las aulas, y los profesores son sus carceleros. Cuando un niño desea acudir al colegio, ama los libros o se dedica al estudio, sus compañeros le consideran raro, y hasta le insultan. Pocos niños quieren suspender, y pocos también se disciplinan para hacer el esfuerzo de aprobar. El «salario de los aprobados» creen que debería llegar por ser quienes son.
Quizá todo ello tenga su origen en que las personas trabajan por dinero. No es el dinero el resultado de desarrollar proyectos ilusionantes, electrizantes y motivadores. El valor pecuniario es el fin, y no el medio, para lograr los propósitos personales y profesionales. Muchos quisieran que el dinero llegara a sus cuentas corrientes sin más.
Cada día las personas emplean más de 10 horas en su vida laboral. Si además se preparan y se entrenan con el fin de ser eficaces y profesionales, podemos alargar este horario a más de la mitad del día. ¿Es posible ser felices si durante más de 12 horas sentimos que estamos atrapados?
Quizá la única solución es trabajar en aquello que nos ilusiona y que nos emociona, para que cuando acabe el día miremos a nuestros compañeros de viaje con cariño y con gran optimismo. Dudo que largas jornadas indeseadas puedan forjar relaciones estimulantes y gozosas.
Cada hora de nuestro día debe estar fraguada por pequeños momentos de algarabía, productividad, colaboración, conjunción, equilibrio, paciencia, amor y, sobre todo, entrega a un proyecto. Sea profesional, personal, o social… En realidad, todo es lo mismo. En todos los lugares estamos nosotros, y una parte de nosotros está siendo compartida.
Si queremos que nuestros hijos acudan a sus deberes con ilusión, con la misma que juegan a la Wii o a la PlayStation, vamos a trabajar nosotros como si fuéramos niños delante de un videojuego. Porque a la postre el trabajo, cuando es el que queremos, es un juego en el que todos participamos y todos ganamos. Así cuando acabamos la jornada laboral posiblemente será mucho más ilusionante nuestra vida y podamos mantener nuestras relaciones afectivas «eternamente».
¿Qué harías si mañana te tocaran 15 millones de euros?
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